Liderazgo y sociedad

Las relaciones políticas son una de esas cuestiones que se están modificando por razón de los tiempos, creo yo, o por causas puntuales, la manida crisis podría ser. El liderazgo, por ejemplo, es un factor determinante que ha cobrado importancia últimamente en el análisis sociológico. Despreciado su valor durante la transición, ahora sin embargo constituye un aspecto destacado en el éxito de la gestión. Se habla sin tapujos del líder como del conductor indiscutible, el gran timonel que maneja el buque de nuestros propósitos.

Es evidente que las clases dirigentes, sobre todo, y especialmente la política, han asumido el liderazgo de la vida social hasta extremos desquiciantes. Incluso en los discursos suele aflorar indiscutiblemente la primera persona del singular para asumir la iniciativa de algo, cuando antes producía rubor. Debe quedar meridianamente claro quién es el que manda, por lo visto, porque eso crea condiciones de estabilidad y apoyo en la opinión pública, y de ahí a la intención de voto sólo hay un paso.

El problema es que el liderazgo político acentuado suele motivar un cierto adormecimiento de la sociedad. Si todo el esfuerzo parece asumirlo el líder, el cuerpo social acostumbra a inhibirse de los problemas generales.

Es más,  se impide la movilización popular cuando la sociedad se ve forzada a seguir el camino que le viene marcado como único posible y políticamente correcto.  Por lo demás, y como es lógico, se asume la iniciativa y se reivindica la autoría de los proyectos sólo cuando éstos culminan con éxito. De lo contrario, siempre habrá alguien a quien señalar con el dedo acusador. El éxito tiene muchos padres, el fracaso ninguno.

Pero es que el liderazgo, el afán de protagonismo, ha dado paso a una guerra de planteamientos que rebasa ampliamente las posibilidades de la realidad. La clase política, por su propia inercia, se ve avocada a tal cúmulo de propuestas para no perder la iniciativa, que sólo consigue el desconcierto y la desconfianza de la opinión pública, así como su distanciamiento.

Pueden ser discutibles las conductas bajo ese modelo, pero desde luego resultan despreciables las que, sobre principios de liderazgo, aprovechan los resortes del poder para promover proyectos ficticios con el único objetivo de lograr la rentabilidad al más corto plazo. Ahora hemos entrado en la fase donde acaparar ideas por sorpresa se suma a la credulidad general, para hacernos ver, por ejemplo, que es posible la inauguración de una obra antes incluso de que se ponga la primera piedra. Ese es el caso de proyectos renqueantes, eternamente inacabados, que se nos están vendiendo una y otra vez como promesas electorales cumplidas, cuando sólo son humo.