Aquello de la “manifa”
Convendrán conmigo que las manifestaciones ya no son lo que eran. En periodos sin grandes agitaciones, los españoles nos hemos mostrado siempre como unos ciudadanos bastante apáticos en lo referente a expresar en público nuestras opiniones, que en eso consiste lo de manifestarse. Digo apáticos, por no decir otra cosa. Sí, somos vehementes cuando el motivo de la protesta afecta directamente a los intereses personales, al bolsillo digo. Entonces sí que la liamos. Sólo entonces.
Las manifestaciones de contenido político, caso aparte, tuvieron su punto álgido durante la transición, hace ya unos años, cuando todo el universo imaginable estaba sometido a discusión y todos nos podíamos sentir protagonistas de la historia. Los ciudadanos tomaron la calle al final de la dictadura porque, de alguna forma, deseaban recuperar un espacio que les había sido arrebatado. Sabíamos donde queríamos llegar pero no muy bien cómo conseguirlo, de ahí la necesidad de manifestarse que tenía todo el mundo en aquella época.
Vinieron los tiempos de normalidad democrática y todo se volvió rutinario. Las manifestaciones, también. Dejaron de ser lo que eran. Ni siquiera los sindicatos saben cómo movilizar ahora a los trabajadores. Las manifestaciones recuerdan a los viajes del Inserso, por su tono alegre y desenfadado. No les falta ni música. Al verles, diríamos que la clase trabajadora carece de motivos para protestar, ni con dieta y transporte gratis lo hace.
Los partidos políticos, que pasaron de la pegada nocturna de carteles a los anuncios audiovisuales y el photoshop, también han dejado de manifestarse, en este caso por motivos distintos. Los protagonistas de aquellas manifestaciones visten hoy de traje y corbata, que es un atuendo que resulta poco práctico en una manifestación, además de patético.
Curiosamente, muchas manifestaciones las convocan ahora las instituciones públicas, o las entidades vinculadas al poder, bajo la fórmula de la concentración, o el minuto de silencio, así resultan más breves y no necesitan excesivo poder de convocatoria. Apenas un posado para los fotógrafos, y se acabó. Es una manera cómoda de no olvidar los orígenes sin alejarse demasiado del despacho oficial.
La parte sonora, nada de griterío, consiste en una "improvisada" rueda de prensa para que puedan expresarse de forma ordenada, las opiniones que constituyen el motivo de la convocatoria. Las pancartas y banderas rojas al viento han sido sustituidas por un solitario rótulo de poliuretano, que exhibe el lema único de la movida, pactado previamente cuando no dictado desde arriba. La primera fila de manifestantes, la que saldrá en la foto, obedece más en su composición al decreto de protocolo que a la pasión manifestante. Los ciudadanos brillan por su ausencia, pero ni falta que hacen.
Y digo yo que corremos serio riesgo de convertir las expresiones de protesta en una paranoia, si seguimos insistiendo en que sean los representantes del poder los únicos que se manifiestan, cuando en realidad debían ser ellos los destinatarios de la protesta. Hombre, parece obvio pensar que no es lo mismo presidir un duelo que ser el difunto.