Coronavirus: Más pedagogía, menos represión

Coronavirus: Más pedagogía, menos represión

José Manuel Fernández [Periodista]

Hay demasiado sufrimiento, demasiadas incógnitas e incertidumbres abiertas en torno a la epidemia del Coronavirus en España, como para pensar que la solución deba venir acompañada, necesariamente, de una represión tan acusada como la que están sufriendo los ciudadanos. El seguimiento exhaustivo de la epidemia nos ha traído escenas de solidaridad, otras también desgarradoras, pero pocos gestos o palabras de consuelo y comprensión hacia las víctimas: fallecidos, huérfanos, parados, arruinados, ancianos recluidos y desquiciados en su soledad.

Ocurre que se les están pidiendo enormes sacrificios a la gente, al tiempo que se limitan sin justificación muchas de sus libertades fundamentales. La información es unidireccional y, por tanto, parcial, cuando no manipulada o censurada directamente. Si se ocultan datos que podrían contribuir a una valoración más objetiva del problema por parte de la opinión pública, no parece aventurado pensar que las autoridades aprovechan la coyuntura para introducir en su política sanitaria elementos que son ajenos al interés general. Y la confusión no hace sino agudizar la sensación de temor.

He visto a policías dirigirse de forma adecuada a los ciudadanos, con amabilidad y comprensión. Otros, en cambio, adoptan sin miramientos el tono arrogante a que nos tienen acostumbrados los político: amenaza y multa si no se practica una obediencia ciega. Todos los días hay recuento de víctimas y de sanciones, para que el miedo no disminuya.

Desde luego, resultan impropias en un estado de derecho escenas de persecución de unos ciudadanos que, en realidad, no son más que víctimas. A todos nos ha sobrecogido el despliegue de elementos represivos contra personas pacíficas por el solo hecho de salir a tomar el sol, nadar o hacer deporte en solitario, sin que esa actitud hubiera supuesto ningún riesgo para la salud de los demás.

Nada se ha dicho, en cambio, sobre las repercusiones que las medidas de aislamiento puedan tener para la salud mental de los ciudadanos y para la salud democrática de la nación. Las personas no han sido consideradas aquí más que simples datos estadísticos, grupos homogéneos a los que es posible manipular. ¿Es ése el objetivo de la llamada nueva normalidad que nos anuncia el presidente del Gobierno?

Se criminaliza a las víctimas, aunque se trate solo de disidentes, presentándolas como responsables de la extensión de la epidemia, una forma de socializar el dolor que parece dirigida a socializar la culpa. Las autoridades políticas quedarán así exentas de toda responsabilidad, si fracasan sus actuaciones.

Sin duda ha faltado pedagogía y ha sobrado autoritarismo, imprescindible en episodios de esta naturaleza, donde se dice que la salud de las personas constituye el objetivo más importante. Hemos asistido a infinidad de ruedas de prensa anodinas, con mensajes subliminales en la misma dirección. Mensajes políticos insoportables para una sociedad democrática sana, si no estuviera sometida al permanente chantaje de su aniquilación.

No hemos visto, en cambio, comunicaciones pedagógicas, documentales divulgativos que contribuyan a ilustrar la verdadera dimensión del problema, para así un elevar la moral y el grado de implicación de los ciudadanos. Por desgracia, este suceso será recordado por sus trágicas consecuencias en materia sanitaria, pero también por la bochornosa actuación de un Gobierno insensato y poco democrático.

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