Alcalde torero

Al alcalde de Jaén, Javier Márquez, le persigue el síndrome de José Tomás. Como el torero que desafía a la muerte, él aventura que perecerá también, más pronto que tarde, a causa de una cornada, porque la situación del ayuntamiento no permite sino un final luctuoso a su destino. No será un toro el que acabe con él, sino una bestia peor a la que no es posible escapar: la bestia de la política y sus cuadrillas, todo un encierro del peor ganado. La crónica municipal se vuelve crónica taurina, incluso crónica negra, llegados a este punto.

Cierto es que anduvo listo quien le dio la alternativa. Se marchó de rositas, todo aquí manga por hombro pero, eso sí, por la puerta grande, a hombros de los fieles que siempre jalearon su osadía, que no su destreza. Ya se sabe que en  esta fiesta nacional en que se ha convertido la política a menudo resulta más efectivo el salto de la rana que un muletazo al natural. La tauromaquia del momento solo entiende de artistas que saludan desde los medios, pero mirando de reojo la puerta de toriles, no vaya a salir la fiera.

En el fondo, a lo que aspira el nuevo matador es a rodearse del halo de misterio del diestro de Galapagar, sin cuyas virtudes no cree posible acometer diariamente la tarea de gobernar la ciudad sin salir por piernas. Lo de gobernar, es un decir.

Javier Márquez, letrado de éxito en la vida civil según propia confesión, tornó la toga por la vara de mandar, o la muleta de torear, según se mire, y aunque nadie le obligó a ello, asume la realidad de lo suyo como una suerte  inevitable y agónica, en la convicción de que poco o nada puede hacer para eludirla. No  duda sobre el hecho cierto de que, probablemente, no tendrá la oportunidad de estoquear a la fiera, sino que será la fiera la que le estoqueará a él. Ha acabado vestido de luces, armado apenas de estoque de madera  y una muleta hecha jirones, pero en el centro de todas las miradas, y eso en política cuenta. Desde luego, valor no le falta.

Asegura el alcalde para la ilustrar su faena imposible que, aún despidiendo a todos los funcionarios, enchufados o no, y arrojando al mar las llaves del consistorio, durante quince años la cosa no podrá mejorar, que es lo mismo que decir que al equipo de gobierno, la cuadrilla del arte, solo se le permite ejecutar en el ruedo un elegante don Tancredo, que es la suerte taurina que consiste en permanecer quieto, de perfil que dicen ahora, sin mover una pestaña, y esperar que la intervención divina venga a despachar al morlaco.

Se acepta como inevitable el acomodo al estado de ruina a que nos han conducido los errores de tanto maletilla y, no conformes, acaban por reclamar el aplauso de la afición, como si  la mansedumbre del encierro fuera también cosa de la providencia. De nada vale que Jaén sea ya una de las plazas más castigadas por todo tipo novilleros y sobresalientes, picadores, banderilleros, monosabios y matarifes que solo entienden de hurgar en el bolsillo del respetable vía impuestos, tasas y arbitrios, o lo que haga falta. Va por ustedes.