Símbolos rupturistas

Todo son ojos para observar esta ilusoria vuelta de tortilla que se está produciendo en algunos ayuntamientos españoles, donde han triunfado candidaturas populistas de izquierda. Las formas, ya se sabe, constituyen el envoltorio con el que se presentan medidas llamativas, y la gente es muy dada a deducir el calado de las cosas por la apariencia con que son mostradas, cuando a veces nada tienen que ver. Evidentemente, no es oro todo lo que reluce, pero tampoco vacuidad lo que no lo hace.

El estreno de muchas corporaciones ha sido acogido con regocijo en unos casos, con decepción en otros, incluso con preocupación entre los sectores más conservadores de la sociedad. Se ha creído ver en estos nuevos regidores a elementos revanchistas que pretenden desandar en las instituciones mucho del camino recorrido en los últimos años, donde supuestamente se han aplicado altas dosis de prudencia, entendimiento y conciliación.

En Barcelona y Cádiz, entre otras, ha sido la retirada de símbolos monárquicos. En otros casos, son las banderas, cuando no las expresiones de laicidad, el motivo de la polémica. En general, esta nueva generación de políticos ha querido poner de manifiesto su deseo de cambio respecto al modo conocido de ejercer la gestión pública. Su razón no les falta. Son admisibles la mayoría de los argumentos, en favor y en contra,  si exceptuamos el sectarismo excluyente de algunos sujetos, que también de eso estamos viendo.

Se  acusa por ello a la nueva clase política de adanistas, ya saben, personas  que creen haber aterrizado en un escenario como primeros pobladores, y no desean aprovechar la experiencia de aquellos que les precedieron, que yo creo que es lo que pretenden, vistos algunos modelos de conducta tan poco edificantes del panorama político español de los últimos tiempos. En un alarde de ingenio, algunos adversarios incluso les tachan de rupturistas, cuando esa podría ser la virtud más encomiable de muchos de los que han llegado.

Curiosamente, llaman la atención los escándalos en el capítulo de símbolos,  y sin embargo no se repara en ese otro tipo de política, tan poco ejemplarizante como la auto asignación de dietas de los parlamentarios andaluces para el mes de agosto, que es un mes inhábil a todos los efectos, o las obras de reforma “ab hoc” en un hospital sevillano para acoger a una ilustre parturienta que, por lo visto, merece un tratamiento diferenciado del resto de las parturientas andaluzas. Lo de siempre.

El problema de las discordias a cuento de los símbolos es que son tormentas en un vaso de agua, apenas tienen recorrido. Hablamos de problemas que, la verdad sea dicha, no lo son tanto. Los problemas reales son otros, y siguen ahí muertos de risa.