El aristócrata astrónomo

Entorno a cuatro siglos antes de Cristo vivió en Jaén, a unos tres kilómetros de la actual capital, un príncipe, llamado por los arqueólogos el “aristócrata astrónomo”. Su fijación por los astros era tal que la plasmó no solo en su palacio, encontrado hace unos años en el yacimiento de Puente Tablas, sino que además, aún se puede ver en el Santuario de la Puerta del Sol de ese yacimiento.

Los hallazgos de los últimos años han permitido recrear los ritos relacionados con el equinoccio, los juegos de luces y sombras que hablaban de fertilidad, de una diosa y un dios, de bajada a los infiernos y rescate. Un truco en el que se utilizan piedras, cuevas, agua y por supuesto la luz del sol, que nos retrotrae durante 45 minutos unos 25 siglos.

Esa ciudad fortificada ibera (oppidum) en el que apenas vivían un millar de personas, fue abandonada en el siglo III antes de Cristo, para probablemente asentarse en el cerro de Santa Catalina.

Mucho ha llovido desde entonces. Aunque quizás no lo suficiente en este año que se avecina duro por otra cosecha reducida de aceituna. Pero cual príncipes iberos, aristócratas o no, continuamos en esta tierra surcada por mil batallas, unas reales y otras ficticias sobre las reales (véase Baecula).

Continuamos, digo, luchando en ese juego de sombras y luces, pendientes del sol, de la tierra, de la lluvia y de la falta de ella, rezando a una diosa llamada fecundidad, aunque más oleosa. Un año más, tocará lidiar con los resultados de la naturaleza,  pendientes de ella como si en estos 25 siglos no hubiese habido ningún adelanto que paliara el hecho de que los olivos son árboles expuestos al frío, el calor, el cansancio o la sed.

Jaén sigue mirándose al ombligo de su olivar, fuente de riqueza, de cultura, de oro líquido, pero expuestos a los elementos y parece que imbuido en la mente de los jiennenses incapaces de diversificar.

Nadie tira piedras sobre su tejado, pero habrá que asomarse de vez en cuando al mismo, para ver si no es posible añadir otros materiales. No niego que haya proyectos y que haya que aprovechar lo mejor que tenemos, incluso buscar que se reconozca su singularidad, aunque me pregunto si eso tendrá también sus consecuencias.

De hecho el Valle del Elba en Dresde (Alemania) fue declarado lugar Patrimonio de la Humanidad en el año 2004 y en 2009 perdió esta consideración debido a la construcción de un puente. ¿Si finalmente se declarase patrimonio de la humanidad el mar de olivos, significaría limitaciones administrativas para sus dueños?

En estos años de crisis Jaén ha perdido su industria, la poca que tenía, y como en una vuelta al pasado con armas del futuro, sigue anclada en el olivar. Dando vueltas a los mismos proyectos, las mismas promesas, los mismos edificios sin empezar, a medio construir o sin estrenar, como en un eterno “feedback”, “deja Vu” o como dice el refranero: “llover sobre mojado mil veces ha pasado”.