Blablacar y transporte colectivo
Suele ser norma en este país, cuando las Administraciones no dan respuesta a los problemas de los ciudadanos, que éstos se movilicen por su cuenta en busca de soluciones. La atención oficial llegará con la vertiente tributaria del asunto, es decir, una vez declarado el conflicto de intereses y no caben otras medidas que las meramente coercitivas.
La reciente huelga de taxistas en distintas ciudades españolas, ha puesto el foco de atención en el transporte colectivo, que en provincias como Jaén tenemos que decir que constituye uno de los mayores capítulos deficitarios. Si a ello unimos una red de carreteras seriamente deteriorada, a causa de la inexistente inversión pública de los últimos años, nos encontramos ante un panorama realmente desolador.
Por cierto, llama la atención el patetismo de las campañas de seguridad vial, en las que siempre se culpabiliza a los conductores, sin mención alguna del pésimo estado de las calzadas o la deficiente señalización de muchos tramos, cuando las únicas soluciones que se plantean tienen más que ver con la voracidad recaudatoria contra todo lo que se mueve, que con la defensa de la integridad personal de los ciudadanos. Pero este es un tema que merecería más recorrido que el que nos permite un artículo de prensa.
Decimos que siempre se tiende a perseguir a los ciudadanos cuando lo que pretenden éstos, es que se resuelvan unos problemas que las autoridades prefieren eludir. El transporte de pasajeros es uno de ellos.
En los últimos cuarenta años no solo no ha mejorado Jaén en este capítulo, sino que ha empeorado de forma considerable. De ser una provincia magníficamente situada, en la encrucijada de las comunicaciones por carretera entre Andalucía y la Meseta o el Levante español, el desarrollo del ferrocarril (la alta velocidad, particularmente) y el transporte aéreo, nos han alejado de aquella posición envidiable.
Apenas un golpe de vista nos permite conocer que la gran mayoría de las líneas regulares de autobuses mantienen los mismos horarios y el mismo compromiso de puntualidad (o sea, ninguno) que en tiempos de la dictadura.
En cambio, las tarifas sí que se han venido actualizando, y de qué manera.
Viajar a Madrid siguen siendo cinco horas, cuatro a Sevilla y dos a Córdoba, con una frecuencia prácticamente idéntica y una comodidad francamente mejorable. El hecho de nuevos trazados en carreteras antiguas, y las inevitables escalas (o hijuelas) que obligan a los vehículos a desviarse continuamente de la ruta principal, convierten el viaje en una verdadera pesadilla. Muy pocas empresas ofrecen servicios directos.
Si hablamos de ferrocarril, la situación resulta aún peor, porque las posibilidades no hacen más que reducirse, a causa del control del déficit.
Renfe asegura estar cansada de pasear chapa vacía por España, pero en lugar de mejorar la calidad de su oferta, solo se limita a reducir trenes.
Las opciones para viajar desde Jaén a Madrid o Sevilla, las dos capitales administrativas, se limitan a dos trenes al día en cada caso con posibilidad de ida y vuelta (cuatro y tres horas, respectivamente, por trayecto). Sí es cierto que, aunque escasamente, se han reducido los tiempos de los viajes en media distancia. Ello se ha debido al aumento de la velocidad que no a la mejora del material rodante, con lo que la comodidad del pasajero se resiente aún más. Olvídense de aprovechar el tiempo leyendo un libro, porque estos vagones se muestran como una auténtica coctelera en movimiento, al margen de un espartano abanico de servicios en ruta que, para resumir, son ninguno. Los retrasos constituyen el pan nuestro de cada día, a diferencia de los AVE.
De ahí la importancia de esas nuevas posibilidades para viajar a la carta, como el “Bla Bla Car”, sustentadas en aplicaciones digitales ingeniosas, que resultan baratas y cómodas, y permiten adaptarse totalmente a las necesidades de cada caso, al enlazar oferta y demanda compartiendo gastos.
Internet está creando infinidad de soluciones al margen del mundo oficial.
La eficacia de los dispositivos móviles acabará por imponerse, desarbolando al mundo oficial por su escasa agilidad.