Pongamos que hablo de París...

Cinco de la tarde de un viernes cualquiera. El cielo, de un gris plomizo ensuciado por la contaminación. Atascos en hora punta y los viajeros charlando en un autobús de una ciudad europea. Por estos datos puede ser cualquier lugar, cualquier capital de las que se venden como el culmen del buen gusto, la vanguardia,  y la modernidad.

Es triste pensar qué es lo que nos hace iguales.

En el metro los rincones están ocupados por personas que han hecho de ellos su hogar. Colchones, carros con pertenencias amontonadas. Unos con ropas sucias, otros incluso medio desnudos, todos con el olor de la pobreza extrema a cuestas dejando el rastro de la inmundicia, mientras la gente pasa por delante con la prisa propia de llegar al trabajo o de huir cuanto antes de una realidad.

Las calles son un hervidero de gente llegada desde distintas partes del mundo. Crisol de idiomas, culturas de ideas... Todos iguales, todos distintos. Cada uno arrastrando su propia vida y con poca prisa por acarrear la de los demás.

A una parte del Sena, desde el río, los turistas admiran los monumentos, la belleza de una ciudad mostrando su historia y su futuro, mientras algunos de sus muchos puentes ocultan tras la mirada de los navegantes otro submundo. Gente viviendo entre los muros como si de literas se tratasen. Edificios improvisados en los que se pueden ver colchones y algunas de las pertenencias, reflejo de una pobreza que muestran unos números deshumanizados y de la que no se es consciente hasta que las cifras pasan a ser imágenes, olores, detalles, vidas.

La pobreza existe, ha existido siempre, pero se ha agudizado y ocultado tras una palabra que de tanto usarse ha pasado a ser casi un eufemismo. Crisis. No es algo etéreo, tiene nombres y apellidos. Existe en París, Londres, Madrid y Jaén. Aunque pasemos de largo.

También en esta provincia, aunque este año tengamos como aliada a la climatología y la generosidad de un árbol centenario. Incluso en esta provincia donde muchos de esos pobres son vergonzantes y no viven tras los puentes del Sena sino en la casa de al lado, y sus hijos van con los tuyos al colegio. Pobreza es una palabra muy grande en la que nadie quiere verse incluido, pero a la que se llega sin buscarla, incluso de un día para otro, perdiendo un trabajo, una casa, un sustento. La pobreza de Jaén se esconde tras unas cifras imposibles de asumir, que se convierten en crónicas, ante el conformismo de muchos y el “y tú más” de otros, con obligaciones de gobierno. Ahora hay palmaditas en la espalda, pero están por llegar otros trimestres y otros datos y habrá que orar para que el tiempo y los mercados del oro líquido sigan siendo misericordes.