Europa, tan cerca, tan lejos

No sé si lo saben ustedes, pero ya mismo, el 25 de mayo, tenemos una cita con las urnas. A estas alturas muchos son los que desconocen que hay convocadas unas Elecciones Europeas. La indiferencia que se percibe entre la ciudadanía habla muy a las claras del verdadero interés que suscitan estos comicios. Una apatía de la que son muy responsables los partidos políticos que, por mucho que intenten disimularlo, no pueden ocultar que para ellos se trata de unas elecciones de segunda o de tercera o, en todo caso, un mero banco de pruebas para futuras contiendas.

A menos de dos meses de acudir a votar, los principales partidos no han introducido aún en sus agendas el debate europeísta. Y otros, como es el caso del PP, apuran al máximo la elección de su candidato, en parte por las reticencias de algunos dirigentes a embarcarse en la aventura. Que se lo pregunten si no a Arias Cañete, que se resiste a dar el paso que le pide Rajoy. En todo caso, los partidos no destinan a sus principales pesos pesados a estas elecciones, utilizadas en cambio para recolocar a dirigentes con el paso cambiado o con un papel residual.

Y cabe preguntarse: ¿Es normal este desinterés hacia Europa? Quizá no hayamos reparado aún en su justa medida en la trascendencia que tiene la política europea en nuestro día a día. Lo saben bien, o al menos deberían saberlo, los olivareros jiennenses, que reciben cada año más de 400 millones de euros de ayudas comunitarias que les sirven para mejorar sus rentas y que son auténticos salvavidas en años, como el anterior, donde la cosecha se trunca por causas climáticas. La última reforma de la Política Agraria Común (PAC), que entrará en vigor en 2015, no ha dejado contento a casi ningún agricultor andaluz, pero bien estaría que antes de lamentarse pensaran bien la importancia que tiene su voto para elegir a los mejores representantes en los foros europeos.

Lo mismo ocurre con todas las políticas de desarrollo rural, de tanta influencia en nuestra tierra y que se financian en gran parte con el maná de Bruselas. Y qué decir con las grandes obras de infraestructura, que son posibles gracias a los Fondos Feder. Por todo ello no se entiende bien el desapego que hay hacia lo europeo (lo corroboran los datos de participación en pasadas elecciones). No se trata ya de tener más o menos sentimiento europeísta (todavía son muchos los que cuestionan el proceso de construcción europea) sino de conceder a estas elecciones la importancia que tienen.

Europa, tan cerca en lo geográfico, y tan lejos en el sentimiento ciudadano, reclama un interés ciudadano, y también político, más allá del mero debate económico. El 25 de mayo tenemos una buena oportunidad de revertir la situación.