Un bonito esqueleto

Me pongo ante el ordenador para escribir estas líneas instantes después de ver un vídeo que la familia de Katia Esteban Casielles (una de las cuatro jóvenes muertas en la macrofiesta del Madrid Arena) ha subido a la red para recordarla. Creo que toda tragedia tiene un punto de inevitabilidad, sobre todo cuando son producidas por la propia naturaleza: un terremoto, un tsunami, una supertormenta. Pero es también cierto que lo inevitable se convierte en perfectamente evitable cuando se trata de riesgos que pueden y deben de ser controlados tanto si se trata de un evento público como privado.

Más allá de la emoción que me ha provocado el vídeo de Katia, mis sentimientos se han detenido en un pensamiento que me ronda desde hace algún tiempo: Hemos construido entre todos un país de pandereta, hemos adornado la vieja piel de toro con oropoles. Sin embargo, bajo la misma no hemos cuidado  la estructura ética, moral y política sobre la que cimentar un paso firme. Digamos que hemos vestido un bonito esqueleto sin preocuparnos de darle músculo y vigor. Por eso ahora todo está en cuestión.

Resulta que como la transición política se hizo para olvidar el pasado dictatorial, se montó una democracia formal con su división de poderes clásica: poder ejecutivo, legislativo y judicial. Pero todo se ha organizado para cubrir las apariencias antes que para interiorizar cada uno de nosotros lo que significa la democracia. Por eso hemos montado un poder judicial tan alejado del pueblo como la Tierra de Marte. Un poder que ha terminado por despachar al presidente del Consejo General del Poder Judicial por corrupto. Un poder que es incapaz de mover ficha ante el drama de miles de ciudadanos que se han visto obligados a dejar de pagar sus hipotecas y son desahuciados sin miramiento alguno. Un poder legislativo que ha construido unas leyes en donde los privilegiados siguen manteniendo sus privilegios. ¿Es democrática una ley que permite ayudas públicas a la banca privada y a la vez consiente que un banco expulse de su casa a una familia que de buena fe ha dejado de pagar su cuota mensual?

Hemos construido una democracia formal pero tremendamente injusta ya que no se han establecido los controles necesarios para evitar que en este país cada uno hagamos lo que nos dé la real de la gana.  Eso sí, para cualquier cosa existe una normativa tan cansina como agotadora para realizar cualquier gestión. Todo se realiza formalmente pero luego cada uno hace lo que quiere. El caso del Madrid Arena es muy significativo. Que el local tiene una capacidad para 10.000 personas, pues entran 15.000 o 20.000. Que está prohibida la entrada de menores de edad, pues a centenares que pasan. Que tiene que haber un número determinado de vigilantes de seguridad en función del aforo, pues se contratan menos y por menos horas para ahorrar. Que Policía Local y Nacional tienen que supervisar que todo se desarrolle correctamente en el exterior, pues dos mil personas se cuelan a las tres de la mañana apara ver al disc jockey estrella de la noche.

Ahora, claro, la empresa dice que vendió sólo 9.000 entradas y el Ayuntamiento de Madrid (propietario del recinto) que la empresa cumplió con los requisitos legales. ¿Cómo entonces cuatro niñas, Katia, Cristina, Belén y Rocío, pudieron morir aplastadas en su interior?  ¿Por qué nadie se preocupó de prohibir que existieran vasos comunicantes entre los tres pisos del Madrid Arena cuando la macrofiesta estaba a reventar? Es mejor hacer la vista gorda, ganar dinero fácil y rápido (sólo 10.000 personas a 22 euros la entrada suman 220.000 euros para una noche). ¿Cuántas macrofiestas como esta se habrán celebrado y se celebran en toda España sin que nadie se ocupe de los asuntos realmente importantes para la seguridad de todos?

Ineficacia, descontrol, insensibilidad. Así nos va.