Anclados en el miedo
Por qué no reconocerlo abiertamente: a base de repetir una y otra vez desde 2007 que estamos en crisis nos hemos anclado en el miedo, que el diccionario define como sensación angustiosa del ánimo provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. En la situación actual de nuestro país, los peligros que nos atenazan son tan reales como imaginarios, lo que conduce a una angustia paralizante. Es real que hemos perdido millones de puestos de trabajo. Es real que cada día miles de personas dejan de percibir un subsidio de paro. Es real que cientos de familias acuden a diario a organizaciones humanitarias para alimentarse. Es real que cada vez procuramos apretarnos más el cinturón por lo que pueda pasar. Es real que perdemos la vivienda porque no podernos pagarla. Es real que los bancos no dan un euro. Es real que estamos perdiendo derechos laborales. Es real que cada día se cubren menos las bajas del personal sanitario y de educación. Por tanto, si todos estos hechos son ciertos, es razonable que nos invada también un miedo personal y transferible al resto de la sociedad.
En mi opinión, sin embargo, el miedo imaginario es mucho más peligroso, puesto que nos impide hoy tomar decisiones en base a un futuro que tememos que llegue cargado de negras perspectivas. Nos volvemos menos reivindicativos por temor a perder nuestro puesto de trabajo. Consumimos menos por si mañana no nos llega para pagar el recibo de la luz. Aplazamos la compra de un coche o de una vivienda hasta que vengan tiempos mejores. Dejamos de protestar por los servicios sanitarios que recibimos por si pasado mañana nos cobran por visita médica o por receta. Dejamos que nuestros hijos estén sin profesor un mes porque el director alega que no hay presupuestos en Educación para cubrir las bajas. Y hasta los que pueden ahorrar se preguntan si su dinero está seguro ya en el banco. Claro que como no se quiere gastar más, mejor abrochar los ahorrillos aunque cada vez los intereses sean más bajos. Hasta los sindicatos tienen miedo porque de un decretazo se les priva del poder de intervenir en las negociación colectiva de los trabajadores.
Y lo peor de todo, los ciudadanos olfateamos que a partir de marzo serán muchos más los esfuerzos que no se nos pidan para que este país no sea el furgón de cola de la aún llamada Unión Europea. Es como si psicológicamente estuviéramos desarmados y nos vayamos a conformar con todo lo que nos echen en aras de la austeridad. Es decir, nos meterán más miedo en el cuerpo porque saben que no provoca alarma social. Y así nos va.