Las Cajas deben mejorar

No sé si las cajas de ahorros han comenzado ya el proceso de reestructuración financiera al que parecen abocadas. Si no lo han hecho es para preocuparse. Pero si el cambio que necesitan tiene algo que ver con los servicios bancarios que están prestando en estos momentos, sería para preocuparse aún más.

O mucho me equivoco, o ahora parecen empeñadas en ahuyentar a sus clientes más modestos, aquellos que tradicionalmente han constituido su base social: jubilados, amas de casa, pequeños empresarios, estudiantes.

Si la viabilidad del sector consiste en esta política comercial que convierte en tortura cualquier sencilla gestión en una sucursal, más pronto que tarde los ciudadanos les darán la espalda.

Cada vez se vuelve más incómoda la visita a las cajas. Casi sin excepción, la cola interminable se ha vuelto obligatoria. Incluso se ha institucionalizado, como en el caso de CajaSur, donde la instalación de una máquina de turnos, similar a las de los puestos de venta del mercado, hace pensar que, lejos de un problema coyuntural, han decidido que la espera debe perpetuarse como elemento definitivo y definitorio. Poco importa que la mayoría de los empleados permanezca entre tanto de brazos cruzados en sus mesas de trabajo. La atención personalizada tiene esto, que normalmente suele estar orientada al tipo de clientes que no suele aparecer mucho por las oficinas bancarias.  Para ell resto de los casos, el cajero automático.

Lo de Unicaja no parece diferente, si acaso peor. Colas interminables para acceder a la denominada “atención rápida”, toda una paradoja. La absorción de Caja de Jaén ha tenido como única consecuencia palpable, un apreciable deterioro del servicio a los clientes. En la que fue sucursal principal, ahora unos aparatosos maceteros ocultan a la vista el antiguo logotipo de la entidad jiennense, como si la caja rondeña se avergonzara de la que fue su hermana local y ahora no quisieran que hubiera existido. Además,  han quedado fuera de servicio dos de las cuatro ventanillas de atención al público.

En Bankia, antigua Caja Madrid, encontramos más de lo mismo. Una interminable fila de pacientes ciudadanos debe aguardar su turno para pasar por la única ventanilla en servicio. Otras dos permanecen cerradas por muy extensa que sea la cola. Hay entidades que han restringido incluso el horario para determinados servicios, como el pago de facturas, impuestos o servicios públicos. En muchos casos, La Caixa y Caja Mediterráneo entre otras, han dejado de remitir por correo los estadillos con movimientos bancarios, con la excusa de que todo puede consultarse a través de internet. Y eso es lo que hay.

Ni que decir tiene que siempre intentarán hacerle tragar al cliente, a poco que se descuide, con una serie de productos indescifrables que abochornarían a cualquier honrado vendedor ambulante. De ser así, sería ése el único momento de gloria para el usuario y, sólo entonces, atendido con esmero.

Eso sí, los gastos bancarios no dejan de subir para los pequeños impositores mientras los créditos se mantienen inaccesibles. Curiosamente no ha surgido todavía un colectivo de indignados por esta actitud restrictiva de las cajas, pero no es tarde para que ocurra. Si en esto va a consistir la salvación de las cajas de ahorros, mejor vayan pensando en echar el cierre antes que prescindir del carácter de servicio que siempre han tenido. A fin de cuentas, lo que pretenden ahora ya lo hace Botín, que es lo que se espera de él.