El aceite de oliva, un problema estructural

El análisis del sector del aceite de oliva, para determinar las causas de su inestabilidad, siempre nos lleva a la misma conclusión: se trata de un problema estructural, que solo puede resolverse con la iniciativa del propio sector. No resulta congruente poner el grito en el cielo cuando los precios se sitúan bajo mínimos, y se reclaman medidas puntuales que muevan el mercado al alza, como el almacenamiento privado, y sin embargo mirar hacia otro lado cuando los precios se disparan, sabiendo que esta eventualidad perjudica tanto los intereses de la producción como la anterior.

La dinámica del mercado del aceite parece configurada para hundir permanentemente a los productores. Un mercado de contado, sólo hace facilitar las altas oscilaciones de los precios, por su opacidad. Es decir, la propia naturaleza de los contratos impide que puedan conocerse las tendencias del mercado, hasta que ya es demasiado tarde. Las cooperativas resultan un instrumento válido para el agricultor, pero su organización constituye un lastre  en la fase comercial del proceso.

Además, el enorme desequilibrio entre oferta y demanda (apenas una docena de empresas que compran frente a varios centenares que venden), no hace sino poner en manos de los envasadores todo el control de los movimientos comerciales. Los compradores,  bien organizados cuando no coordinados entre sí, mueven los precios con rapidez, según su conveniencia. Los vendedores,  en permanente disgregación, solo pueden asistir al espectáculo de su empobrecimiento sin poder impedirlo.

¿Qué ocurriría, en cambio, si las ventas de la cosecha se realizaran en lonja, durante un periodo concreto, con precios fijados en base a una concurrencia transparente de oferta y demanda, conforme a las necesidades reales de consumo y producción en cada campaña? Un mercado en donde todo el mundo supiera lo que produce cada cual y con qué etiqueta acabará comercializado.

Sería el final de los intermediarios oportunistas, de los manipuladores del mercado, de los amigos de las mezclas fraudulentas. Sabríamos entonces qué rumbo toman las producciones de los aceites de mayor calidad y las restantes; qué parte va directamente al envasado y qué otra a la refinería, así como el destino final de esta última. Conoceríamos las cantidades de graneles que cada envasador adquiere y las que manufactura para cubrir sus necesidades comerciales y, lo más importante, si ambas cantidades coinciden.

Los profesionales del olivar, si quieren subsistir, deben imponer el protagonismo que les corresponde en el mercado del aceite de oliva. Deben exigir el cambio de las reglas de juego, y pueden hacerlo, porque la producción está en sus manos. Las alianzas coyunturales o el almacenamiento privado no son sino medidas coyunturales, que solo tienden a perpetuar los actuales desequilibrios.