El asfaltado del Tranvía

El otro día di una vuelta en bicicleta por los alrededores de Jaén. Cuando ya había sudado lo suficiente, decidí adentrarme por el centro de la ciudad, sin más objetivo que contemplar el estado de las obras del ya cada vez más cercano sistema tranviario de la capital, que ha cabreado y cabrea a tant@s conductor@s de esta intrincada maraña de calles en obras en las que se ha convertido la olivarera urbe. Sorprendentemente, el paisaje ya empieza a adoptar la forma que tendrá al menos durante los próximos 25 años. Los raíles están en su sitio. Los semáforos relucientes, aunque sin energía aún, colocados. La catenaria en posición en la mitad del trayecto. El césped artificial desplegado en esa misma mitad. Los adoquines apuntalados en la otra.  Las paradas a punto de terminarse. El tranvía ya viene de camino, corre que te corre que te pilla el tren, con el fin de que todo esté dispuesto para que el ciudadano lo disfrute a partir de enero de 2011, a tiro de piedra de las elecciones municipales.

Yo no soy ingeniero de caminos, ni de telecomunicaciones y, por tanto, confieso que una obra de estas dimensiones me sobrepasa. Tampoco entiendo demasiado esto de que el Ayuntamiento haya contratado a una empresa durante ocho meses para poner en marcha todo el complicado engranaje técnico y de personal necesario. Sé que el Ayuntamiento busca una empresa privada que luego pueda mantener el servicio. Hasta ahora no han aparecido aspirantes. Si yo fuera empresario, que tampoco lo soy, esperaría a ver cómo funciona económicamente, qué rentabilidad tiene el invento para decidir si luego invierto en el mismo. Así somos de arriesgados en esta tierra. Si alguien se estrella que sea la Administración. Que más vale pájaro en mano que ciento volando y si te he visto no me acuerdo. Recordemos las palabras de Oscar Wilde: un necio es aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada..

Dicho esto, he de reconocer que yo sí estoy a favor del tranvía de Jaén, que dará un punto de modernidad a la ciudad. Eso sí, tardaremos en acostumbrarnos. Porque un nuevo sistema de transporte urbano implica también un cambio de mentalidad de los ciudadanos a la hora de desplazarse. Como es normal en esta ciudad, cada uno desearíamos tener una parada de tranvía a la puerta de nuestra casa. Y de aquí vendrán sin duda las primeras críticas de los usuarios: que si a mí no me lleva hasta mi empresa en el Polígono, que si no llega a mi barrio, que si tengo que andar no sé cuanto cientos de metros para poder tomar el tranvía…

Pensaba yo todo esto cuando estaba parado con mi bicicleta en el Paseo de la Estación. En ese momento observé cómo las ruedas se habían ennegrecido. Normal. El carril estaba recién asfaltado. Al paso de los vehículos aún se desprendía humo del alquitrán. Entonces fue cuando me detuve a examinar el tipo de asfaltado que se ha puesto en pleno centro de la ciudad. Y me dije: “ya estamos como siempre; no podemos terminar las cosas bien del todo”. Mi primera impresión fue la de que sería un primer asfaltado, porque los guijarros utilizados se podían ver perfectamente a pesar de la capa de alquitrán. Con este tipo de asfaltado, en un lugar de máxima circulación de vehículos, en pocos meses empezará a levantarse y  provocará socavones. Así que le pregunté a un operario: “Oiga, ¿este va a ser el asfaltado definitivo de las zonas por las que pasa el tranvía”? “Claro que sí”, me respondió. “Pero es que se puede levantar en unos meses”, le comenté. “Bueno, mejor, más trabajo para nosotros”.

Ustedes mismos lo pueden comprobar. Y es que en esta ciudad no podemos hacer las cosas con visión de futuro, para que perduren años. Aunque no sé de qué me sorprendo en una capital que hizo el pabellón cubierto de deportes de las Fuentezuelas con una altura insuficiente para que se puedan celebrar competiciones oficiales. Una ciudad en la que se levantó la ciudad deportiva en el antiguo ferial en la carretera de Granada sin que tuviera vestuarios. Una ciudad en la que se iba a construir un magnífico parque junto al Corte Inglés. Una ciudad en la que se tardó más de una década en transferir los terrenos de la antigua cárcel para uso público. Una ciudad que vio pasar una eternidad hasta quitar el bucle de la estación del ferrocarril para que se expansionara la ciudad hacia el norte y que cuando está abierta la nueva estación se reivindica su soterramiento o su traslado a unos cientos de metros. Una ciudad que construye un nuevo barrio en Expansión Norte en donde no se ha previsto un solo aparcamiento subterráneo y los coches están hacinados. Una ciudad con el edificio del Banco de España cerrado a cal y canto para uso y disfrute de las telarañas

En suma, no acabamos de hacer las cosas bien y cuando nos ponemos las hacemos tarde y mal. Lo que es peor aún, no queremos aprender de nuestros errores. Va a ser que la culpa la tiene el alquitrán.