Fábula del reloj

Peor que una publicidad engañosa es una publicidad muerta. Caigo en este pensamiento cada vez que circulo por la Plaza de la Constitución y veo el reloj-anuncio de Rolex marcando una hora temeraria, peor que eso, una hora inútil, porque el reloj está parado. Tantos años de prestigio internacional tirados a la basura por el desinterés de un comerciante.

¿Quién optará en Jaén por un reloj tan lujoso y tan caro con esos antecedentes?

Además, la publicidad debe ser informativa y un reloj parado no lo es, por eso resulta prescindible. Hay otros relojes que hace años dejaron de funcionar, por desapego seguramente  de sus titulares, una actitud que dice muy poco de ellos. Es el caso de la esfera de la Estación de Autobuses, entronizada en una hermosa torre, en cuyo remozado invirtieron cantidades ingentes de dinero, pintura sobre todo, aunque por lo que parece no les llegó para el reloj. Una lástima.

Parado está también el emblemático reloj del edificio Unicaja, entidad de ahorros que debió perder el norte cuando se marchó de Ronda, en un afán expansionista al que luego, por lo que se ve, se le acabó la cuerda. En cambio, el de CajaSur, también en la Plaza de la Constitución, que estuvo desquiciado durante un tiempo, y desafinaba mucho, ahora marcha puntual y fidelísimo a sus principios de eficacia. Parece como si le hubieran cambiado las pilas recientemente. Quién lo diría.

Durante muchos años llegué a pensar que lo de los relojeros artesanos era ya una causa perdida, que se extinguirían con el pasado siglo. La era del cuarzo y los relojes de pulsera japoneses de usar y tirar, amenazó seriamente con acabar con uno de los gremios más prestigiosos de la humanidad. Pero no se cumplieron mis pronósticos, afortunadamente.

Supieron reciclarse en su momento y sobreviven con éxito al reto de los tiempos modernos, que no son pocos. Lo que pasa es que no siempre les dejan actuar.

El caso es que a Jaén se le paran los relojes y no reparamos en lo importante que resulta avanzar en el tiempo, aunque sea minuto a minuto, que es como hablar de la marcha de historia aunque sea en dosis pequeñas.

Cuando no es un reloj, es otro, el caso es que siempre andamos de cabeza por alguna maquinaria averiada. Incluso muchos preferirían que  atrasara la cosa, o que funcionara marcha atrás, como esos relojes ultramodernos que hay que mirar a través de un espejo.  Y, entre tanto, el manijero silbando.